SAN SALVADOR, 2 Dic. (Notimérica) -
La misioneras de la orden de Maryknoll, Ita Ford y Maura Clarke, la misionera ursulina Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan, fueron asesinadas por grupos militares en El Salvador el 2 de diciembre de 1980, acusadas de apoyar con su trabajo humanitario a los grupos guerrilleros que se encontraban, en ese entonces, en pugna con la milicia salvadoreña.
Era una tarde de diciembre en El Salvador, cuando las cuatro misioneras estadounidenses se dirigían hacia la capital, en la carretera que conduce del aeropuerto de 'Comalapa' a San Salvador. Las religiosas no se habían percatado de que en el camino hacia la capital, todos los vehículos habían sido retenidos en el aeropuerto, excepto el de ellas.
En la misma carretera, a unos de kilómetros de San Salvador, cuatro hombres detuvieron el microbús de las religiosas en una caseta policial y comenzaron un interrogatorio. Tras el, las acusaron de apoyar a los grupos paramilitares de El Salvador, luego las obligaron a abordar de nuevo el automóvil y las condujeron a la delegación de la entonces Guardia Nacional en el departamento de La Paz.
Al día siguiente de su desaparición, el microbús blanco fue encontrado, estaba incinerado a un lado de una calle vecinal de La Paz pero sin rastro de las cuatro misioneras. Fue en ese momento cuando las hermanas de la orden de Maryknoll en El Salvador solicitaron apoyo a la embajada estadounidense para la búsqueda de Ita Ford y sus acompañantes, sin recibir respuesta del gobierno salvadoreño.
La información del paradero de las religiosas llegó de manera informal al día siguiente, gracias a un campesino que confesó al párroco de su comunidad que había sido obligado, por el Juzgado de Paz de Santiago Nonualco, a enterrar a "cuatro mujeres blancas sin identificar".
Ese mismo día tres misioneras de la orden de Maryknoll destacadas en el país centroamericano, el entonces embajador de Estados Unidos, Robert White y periodistas internacionales fueron testigos de la exhumación de los cadáveres, que presentaban visibles signos de violación y tortura.
Las religiosas habían sido asesinadas por sus constantes viajes al interior de asentamientos golpeados por la guerra, llevando víveres, medicina y catequesis a los campesinos de la zona. El crimen había sucedido en un país que en 1980 se encontraba en el auge de un conflicto armado entre militares y guerrilla, donde nueve meses antes Monseñor Óscar Romero había muerto de un disparo en el rostro mientras oficiaba una misa en el hospital de la Divina Providencia de San Salvador, como muestra del repudio hacia los religiosos por parte de los mandos militares.
El crimen de las norteamericanas obligó a la suspensión temporánea de ayuda económica por parte de Estados Unidos a los militares salvadoreños y supuso la exigencia de un proceso de investigación que culminó con el juicio de los actores materiales del hecho, los militares rasos Carlos Contreras, Francisco Contreras, José Roberto Moreno, Daniel Canales y Salvador Rivera, más no de los altos mandos militares involucrados en la planificación de la operación.
A día de hoy las hermanas de la orden de Maryknoll en Estados Unidos recuerdan a sus mártires con liturgias y procesiones y en El Salvador existen murales con sus rostros, capillas edificadas en su nombre y organizaciones de ayuda humanitaria que honran la memoria de Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan.