MADRID, 6 Nov. (EUROPA PRESS) -
Cuando se produce una guerra o un conflicto armado las víctimas se suelen contabilizar en términos de soldados y civiles muertos y heridos y de ciudades destruidas pero el medio ambiente es en muchos de los casos una víctima más a la que no se le presta tanta atención. Sin embargo, se ha contaminado fuentes de agua, se han quemado cosechas, se han talado bosques, se ha envenenado el suelo y se ha matado al ganado con vistas a obtener una ventaja militar frente al enemigo de forma recurrente.
En tiempos de guerra, el medio ambiente suele sufrir una rápida degradación ya que la población trata de sobrevivir como buenamente puede y los sistemas de gestión del entorno suelen verse afectados, con los consiguientes daños para los ecosistemas.
En las últimas seis décadas, según el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), se han producido conflictos armados en más de dos terceras partes de los principales puntos de biodiversidad del mundo, lo cual supone una amenaza a los esfuerzos conservacionistas.
Además, en este periodo, según la agencia de la ONU, al menos el 40 por ciento de todos los conflictos internos que se han registrado en el mundo han estado vinculados con la explotación de los recursos naturales ya sea por recursos de alto valor como la madera, los diamantes, el oro y el petróleo, o recursos escasos como la tierra fértil o el agua. Además, se ha constatado que los conflictos que implican recursos naturales tienen el doble de probabilidades de recaer.
En 2001, a sabiendas de que el medio ambiente a menudo ha sido una víctima de guerra no reconocida, la Asamblea General de la ONU declaró el 6 de noviembre como el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y el Conflicto Armado.
Con motivo de la celebración este año, el PNUMA ha repasado algunos conflictos en los que la biodiversidad se ha visto seriamente afectada:
1. Agente Naranja: Durante casi una década entre 1961 y 1971, durante la Guerra de Vietnam, el Ejército estadounidense roció millones de litros de un abanico de herbicidas y exfoliantes por vastas extensiones del sur de Vietnam. El agente químico más empleado fue el agente naranja y formó parte de una destrucción deliberada de los bosques para privar a las guerrillas del Vietcong de la cobertura que les permitía lanzar ataques contra los soldados estadounidenses.
2. Las guerras civiles congoleñas: Desde mediados de los años 1990, una serie de sangrientos conflictos armados en República Democrática del Congo (RDC) han tenido un devastador efecto en la fauna que había sido fuente de carne para los combatientes, los civiles que luchaban por sobrevivir y los comerciantes. Como consecuencia, pequeñas especies como antílopes, monos y roedores así como otras más grandes como simios y elefantes se han llevado la peor parte de la guerra.
Aunque hay muchas causas en la raíz de estos conflictos --históricas, étnicas y políticas-- la lucha por el control, el acceso y el uso de los recursos naturales y sus ingresos asociados ha sido un motor clave de la violencia. Los conflictos, y la anarquía resultante, también han alentado a grupos mafiosos a la deforestación y a procesos lesivos de minería.
3. Las marismas y los pozos de petróleo incendiados en Irak: A principios de los años 1990, las tropas de Sadam Husein drenaron las marismas de Mesopotamia, el mayor ecosistema de humedales en Oriente Próximo, situado en la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, en respuesta a un levantamiento chií en el sur de Irak. Una serie de diques y canales redujeron las marismas a menos del 10 por ciento de su extensión original y transformaron el paisaje en un desierto con costras de sal.
De forma más reciente, en 2017, los milicianos del grupo terrorista Estado Islámico prendieron fuego a los pozos de petróleo en la ciudad de Mosul, en el norte del país, liberando con ello un cóctel tóxico de sustancias químicas al aire, el agua y la tierra.
4. Los bosques de Afganistán: Décadas de conflicto en el país han destruido más de la mitad de sus bosques. Afganistán ha quedado deforestado hasta en el 95 por ciento en algunas zonas, parcialmente por las estrategias de supervivencia de la población y el colapso de la gobernanza medioambiental durante décadas de guerra.
La extendida deforestación ha tenido múltiples implicaciones sociales, medioambientales y económicas para millones de afganos, incluida una creciente vulnerabilidad a varios desastres naturales como inundaciones, avalanchas y corrimientos de tierra.
5. Los ecosistemas de Nepal: Durante el conflicto armado entre 1996 y 2006, el Ejército, anteriormente responsable de la protección de los bosques, fue movilizado para operaciones de contrainsurgencia. Esto tuvo como resultado la explotación irresponsable de la fauna y los recursos vegetales como hierbas medicinales incluida la Yarsagumba (Cordyceps sinensis) y Chiraito (Swertia Chiraita) entre otras por los insurgentes y los civiles en zonas como el Parque Nacional Khaptad, en la zona de conservación de Makalu Barun.
6. La minería y la explotación forestal en Colombia: Décadas de minería de oro sin regular en el país han dejado un peaje medioambiental en las zonas controladas por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La minería, junto con la extracción ilegal de otros recursos naturales como los bosques, fue una fuente de financiación importante para los guerrilleros. Como resultado de ello ríos y tierras quedaron contaminados con mercurio, especialmente en la cuenta del río Quito.