MADRID, 25 Jul. (Notimérica)
La pasada semana todos los medios españoles se hacían eco del prodigio que había logrado el doctor Pedro Cavadas, una eminencia en cirugía plástica que operó con éxito el cuerpo "partido en dos" del guatemalteco Wilmer Arias. Una bala perdida había impactado en su cuello cuando el joven --ahora de 28 años-- tenía tan solo nueve y eso le provocó graves lesiones en la columna vertebral, además de una úlcera que no solo le impedía respirar con normalidad sino que le había dejado postrado en una cama. Siempre boca abajo.
Su historia conmovió a la opinión pública cuando Wilmer apareció ante los medios de comunicación para asegurar que ya no sentía dolor y que estaba deseando volver a Guatemala para comenzar una vida "normal", así como recuperar los estudios en Administración y Dirección de Empresas que había tenido que abandonar hace unos años cuando los dolores se volvieron insoportables. Pero hasta llegar hasta aquí han sido muchas las personas implicadas en mejorar la vida de este hombre que a los tres años vio junto a sus hermanos cómo su padre les abandonaba y su madre les entregaba a sus abuelos porque ella se vio obligada a trabajar de sol a sol.
"Pese a todo viví una infancia feliz", asegura a Notimérica un Wilmer con una sonrisa que parece imborrable y un tono tan alegre que nada haría presagiar que acaba de superar más de tres meses de ingreso hospitalario y operaciones. Fue a los nueve años cuando la mala fortuna quiso que estuviera jugando junto a sus primos en el mismo lugar en el que se encontraba un venado que se había convertido en el objetivo de los cazadores de la zona. Vivían en las montañas, en aldeas rurales donde la caza estaba muy arraigada.
La bala del cazador impactó en su cuello y hasta eso le parece hoy a Wilmer una suerte. Primero porque podía haber sido en el cuello o en la tráquea, con consecuencias presumiblemente mucho mayores, y después porque gracias a ello tanto su vida como la de sus hermanos tuvo visos de esperanza. Entre los nueve y los once años el joven recorrió decenas de hospitales guatemaltecos. En ese tiempo, cuando las esperanzas se iban perdiendo ya que los médicos le decían que la úlcera podía tener bacterias que infectasen los quirófanos y nadie se atrevía a meterle mano, conoció a Javier.
Javier, que se encontraba en Guatemala haciendo un voluntariado como farmacéutico, tuvo conocimiento del caso de Wilmer por medio de la trabajadora social de la fundación Nuestros Pequeños Hermanos, de la que él ya formaba parte. Esta asociación ofrece un hogar a más de 3.000 niños huérfanos o procedentes de familias desestructuradas a lo largo de todo el continente latinoamericano.
NUEVO HOGAR
Era lunes, los días libres de Javier durante su voluntariado, cuando por la mañana pasó por las oficinas de la fundación y le avisaron de que iban a ingresar a este chico en uno de los hogares. "Al destaparle me encontré un niño en posición fetal, con un grado de desnutrición severo al que se le podían tocar hasta los huesos y una úlcera que era una llaga viva", explica Javier a Notimérica desde la sede de la fundación en Barcelona, de la que hoy es director. Era 2001 y desde entonces a ambos les une una relación de "gran complicidad".
Volvieron a visitar todos los hospitales de la capital del país caribeño y volvieron a encontrarse con portazo tras portazo hasta que el doctor Carlos Fernando Gracioso, que era quien trataba en los hogares a niños portadores del VIH, exigió que le atendieran en el hospital en el que trabajaba. "Se estaba muriendo, casi no podía respirar", cuenta Javier.
Una vez operado, regresó al hogar junto a sus hermanos, pues la máxima de la fundación es no separar nunca el vínculo familiar que le pueda quedar a estos chicos, y pudo hacer una vida "razonablemente normal". Wilmer volvió a preocuparse "por superarme y no solo por sobrevivir". Cuenta que en esos años tuvo muchos altibajos, pues fue muy duro aceptar que pasó de tenerlo todo --"salud, familia, la posibilidad de caminar"-- a estar luchando por sobrevivir y por hacerse a una nueva vida en la que no era completamente autónomo. Después vino la recaída, los dolores extremos y el abandono de la universidad.
Pese a ello, Javier le define como "un ejemplo de superación de las adversidades" que ante los problemas comienza rápidamente a buscar soluciones. Tiene, según su 'padrino' y ángel de la guarda, una actitud positiva frente a la vida impresionante. Hace diecisiete años que se conocieron. Las primeras 24 horas cuando Nuestros Pequeños Hermanos decidió acoger a Wilmer las vivieron juntos recorriendo hospitales y tratando de no perder la fe. Con su recaída en 2015, fue Javier quien impulsó un viaje de Wilmer a España para ser tratado con fisioterapia especializada y fue él mismo quien en 2018 movió hilos para que el doctor Cavadas aceptase el reto a petición de Marta Gárate, una enfermera de Madrid que le conocía.
De los hogares de esta organización salen jóvenes completamente integrados tanto social como laboralmente en sus países. La idea no es que emigren, sino que se conviertan en líderes de sus pueblos y arrastren con ellos a las nuevas generaciones. De estas casas en las que se inculcan los valores tradicionales de la familia a estos niños y adolescentes que han perdido la suya salen médicos, abogados o ingenieros, pues se les presta apoyo hasta la universidad.
Quizá sea eso, sumado a sus ganas de mostrar que con buena actitud uno puede superar barreras, las que han hecho que Wilmer, recién aterrizado en Ciudad de Guatemala, ya esté buscando cursos online en los que matricularse durante los seis meses que tiene que llevar un corsé para que su columna se vaya adaptando a la nueva posición y sus huesos se fortalezcan. Luego volverá a estudiar ADE para terminar los dos años que le faltan. Y volverá al mar. Volverá a bañarse como buen amante de la playa que es, como ya lo hizo nada más salir con su nueva silla de ruedas por la puerta del hospital de Manises de Valencia.