MADRID, 1 Jun. (Notimérica)
En la entrada de la cafetería en la que se cita con Notimérica, el sensor de la puerta falla y no se abre. "Soy negra, nunca hemos tenido alma", bromea con cierto retintín Consuelo Cruz, quien se define a sí misma nada más comenzar a hablar como "mujer, afrodescendiente, colombiana e hija de dos seres maravillosos".
Estos cuatro aspectos marcarían toda su vida. Por ser negra en un país como Colombia sufriría racismo desde su infancia. Por ser mujer en América Latina sintió desde su juventud cómo su cuerpo era sexualizado. Fue la educación de sus padres la que le llenó la mochila de los valores necesarios para sobreponerse a todo aquello y emprender su propia lucha: la de empoderar a la mujer afrodescendiente en Colombia y en el mundo.
Tenía 12 años cuando una religiosa del colegio en el que estudiaba Consuelo y con total autoridad para pegar a las alumnas le justificó su agresión porque era una "negra alborotada". Fue el "asco" con el que se lo dijo aquella mujer, la fuerza y el tono despectivo los que le hicieron darse cuenta de que había alguna diferencia entre ella y sus compañeras blancas, también 'alborotadas' pero no señaladas por el color de su piel. "Racismo general que se mantiene a día de hoy" en un país en el que el 26 por ciento de la población es afrodescendiente. Y negra.
A los 14, todas sus amigas --blancas-- tenían novios que se ofrecían a llevarle a casa, que querían estar con ella a escondidas, pero por supuesto sin dar la mano por la calle "a una negra". Aquello fue lo que terminó de darle la fuerza necesaria para que su color de piel no marcase la diferencia para mal, sino más bien todo lo contrario. Comenzó a autodenominarse como 'negra' y a reafirmar un carácter que tiempo después le valdría para convertirse en un símbolo del Afro Feminismo y de la lucha por el empoderamiento del colectivo africano y afrodesendiente, como se le reconoce al día de hoy, en su Cali natal y fuera de las fronteras de su país.
El activismo se convirtió en la bandera de su vida. Comenzó a preguntarse por qué no había negros en los bancos, en las instituciones, y empezó, junto con otros compañeros, a trabajar en ello. A los 18 años creó una agencia de modelos para niñas afrodescendientes y al poco tiempo una de ellas ganó un importante certamen de belleza. Aquello supuso para todas ellas una muestra de empoderamiento, de que su belleza era igual de válida, de que podían entrar a los sitios mirando al resto de igual a igual.
Una vez traspasada la mayoría de edad continuó en ese camino de defensa de los derechos de este colectivo que la llevó a dar charlas en universidades e instituciones de todo el mundo hasta que decidió, por casualidades de la vida, trasladarse a vivir a España en 2003.
ENTRADA EN POLÍTICA
Al poco tiempo de llegar aquí conoció a Pedro Zerolo, el fallecido diputado del PSOE que siempre se caracterizó por la defensa de los derechos sociales y quien enseñó a Consuelo que el activismo solo podía convertirse en política si se hacía desde la calle. Con él también entendió que en este país la comunidad negra y afrodescendiente estaba oculta y había que visibilizarla, porque mientras no sea así, afirma la colombiana, no habrá políticas públicas para ellos.
Para combatirlo, y gracias "a la confianza" del en aquel momento presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y de la mano de Zerolo, entró a formar parte del PSOE, donde estuvo doce años al frente de la Coordinadora Federal del Grupo Afrosocialista, adscrito a la Secretaría de Movimientos Sociales, y además se convirtió en 2015 en la primera mujer negra que formaba parte de una lista electoral con posibilidades de llegar a ser diputada en el Congreso español. Aquello supuso para ella "el mayor de los éxitos", pues había roto un techo de cristal infranqueable hasta el momento para este colectivo.
Pese a no ocupar finalmente un escaño en la Cámara Baja, este hecho le valió un reconocimiento en el Senado de España que se suma la Medalla de Honor que su colegio le había otorgado en 2011 y al premio a Mujer del Año que le concedió su ciudad natal, además de otra decena de premios. Reconocimientos que cada vez que recibe deja claro que no son solo suyos, sino de todas las mujeres negras, a las que conoce y a las que no, que luchan igual que ella misma por lograr en el mundo el lugar que les corresponde.
Aunque se reconoce como una mujer abiertamente de izquierdas, ya no levanta el puño. Eso, explica, pertenece a otro momento histórico. En el actual lo que hay que hacer es "dialogar". "A día de hoy yo puedo sentarme en el autobús sin problema gracias a las luchas de nuestras antecesoras, pero hoy levantar el puño ya no vale; ahora vale el diálogo, hacernos visibles, presentar propuestas en el Congreso hasta que se conviertan en leyes y cambiar la mentalidad de todos aquellos que todavía no nos reconocen como colectivo".
SALTAR BARRERAS
"No sé qué son las barreras, si se me ponen delante las salto", afirma rotunda ante la pregunta de qué tipo de dificultades ha tenido que enfrentar a lo largo de su trayectoria personal y profesional. Su obsesión es visibilizar al colectivo negro y afrodescendiente desde nuevas ópticas. "Somos más que los inmigrantes que llegan en pateras o los que se ven obligados a vender en el 'Top manta'. Somos hombres y mujeres con capacidades y aptitudes que podemos aportar mucha riqueza a cualquier país, pero concretamente a uno tan diverso y multicultural como España".
Su tozudez le llevó hasta el Museo Arqueológico de Madrid, donde se empeñó en hacer una exposición de artistas negros, algo que jamás había ocurrido. Pese a las reticencias iniciales de la dirección del museo, finalmente le cedieron una pequeña sala durante ocho días. Al ver la calidad de la misma, fue la propia dirección quien quiso ampliarla a dos salas grandes y mantener las obras expuestas durante tres meses.
Con la misma insistencia ha logrado que el Festival de Cine de León, a partir de su próxima edición, incluya un espacio de cine negro. Afrodescendiente y africano. Porque en esto consiste su lucha, en aprovechar su situación de luchadora constante para poner la realidad delante de las personas que no la quieren ver. Para tocar puertas y seguir haciendo política en la calle hasta visibilizar por completo a este colectivo.
GUERRERAS EN CASA
La activista tiene "dos guerreras" en casa. Su hija Andrea es una luchadora "infatigable" por los derechos de los jóvenes migrantes, mientras que Daniela, bisexual, negra y latinoamericana, le planta cara a la vida con la misma fuerza que lo ha hecho su madre. De casta le viene al galgo.
Consuelo lleva en la sangre "el mandato de sus ancestras", eso lo tiene claro y lo repite cada poco. ¿Su misión? Dejar la montaña que las mujeres negras tienen que escalar "más bajita" de lo que ellas se la encontraron. No se imagina su vida fuera del activismo de ninguna manera: "Yo no me callo, me echarían de cualquier trabajo normal porque estaría todo el día poniendo las desigualdades sobre la mesa". Y eso, pese a que este modo de vivir, a nivel económico, es "muy muy duro".
Sus padres le enseñaron el poder de la palabra y los valores. La directora de su colegio le enseñó a leer entre líneas. En África entendió que se puede vivir con muy poco y que de las desgracias se pueden hacer banderas de lucha y resistencia. Y su "hermano" Pedro Zerolo le enseñó a sonreír, a no desfallecer, a no tirar la toalla y a saltar las vallas y los muros. Con ese cúmulo de enseñanzas, sabe que no hay nada gratis. "Los regalos a la larga salen carísimos, así que yo prefiero hacer mi camino andando".