Publicado 19/04/2025 12:34

El Palacio de la Prensa: Casi un siglo de cine, historia y reinvención en plena Gran Vía madrileña

Archivo - Imagen de archivo del Palacio de la Prensa de Madrid
Archivo - Imagen de archivo del Palacio de la Prensa de Madrid - PALACIO DE LA PRENSA - Archivo

Ha conseguido adaptarse a las plataformas y al streaming y ofrece a los espectadores propuestas que no pueden verse desde el sofá

MADRID, 19 Abr. (EUROPA PRESS) -

En la Gran Vía madrileña, donde las luces, las pantallas y el ritmo acelerado de la ciudad nunca se detienen, sobrevive todo un refugio cultural que ha desafiado el paso del tiempo: el Palacio de la Prensa. Inaugurado en 1929 por el rey Alfonso XIII, el que fue el primer rascacielos de Madrid es hoy uno de los últimos testigos de una forma de vivir el cine que se resiste a desaparecer.

Diseñado por el joven arquitecto Pedro Muguruza con inspiración neoyorquina, el Palacio de la Prensa se alzó con 58 metros de altura y 16 plantas, convirtiéndose en el edificio más alto de Madrid hasta la construcción del Edificio Telefónica, tan solo un año después. Su fachada de ladrillo visto marcó tendencia y su azotea llegó a acoger a personalidades como Federico García Lorca, quien desde allí impulsó su compañía teatral La Barraca.

La sala de cine se inauguró el 2 de enero de 1929, y para acceder a ella era necesario subir en ascensor. Este detalle, hoy anecdótico, generaba largas colas que obligaron a una reforma en 1941 para trasladar la sala a pie de calle. La siguiente gran transformación llegaría en 1989, cuando se adaptó a la moda de los multicines y se dividió en tres salas: la Sala 1, de 532 butacas, y las gemelas 2 y 3, de unas 200 localidades, además de la Sala 0, que funciona en el subsuelo como espacio multifuncional y discoteca.

Durante la Guerra Civil el edificio recibió 72 impactos de proyectiles y en los años 40 fue sede de La Codorniz, la revista satírica que se coló entre los resquicios de la censura. También ha sido sede de periodistas y artistas y punto de encuentro de la alta sociedad en los años 40. En 2017, su singularidad llevó a la Comunidad de Madrid a declararlo Bien de Interés Patrimonial.

En todo este tiempo, la industria del cine ha cambiado a ritmo acelerado. "Cuando yo empecé, una película podía estar en cartelera año y medio. Ahora, en dos semanas ha desaparecido", cuenta a Europa Press Juani Sánchez, una de las empleadas. "Antes había reventas, colas por la mañana, estrenos que eran auténticas fiestas. Hoy, casi todo se compra por Internet y el público es más impaciente", añade.

Y es que las trabajadoras del Palacio de la Prensa no solo atienden al público, también salvaguardan su historia. "Aquí se han proyectado estrenos, sí, pero también hemos hecho de todo: pedidas de mano, homenajes-funerales, presentaciones de libros y discos, incluso nos visitó la reina Letizia en un acto de Mujeres por África", relata con orgullo Esther Nieto, taquillera del cine.

En su conversación con Europa Press, Nieto destaca una de las anécdotas más sorprendentes que ha vivido en la pantalla de este espacio. "Un chico se curró una película sobre su historia de amor con su novia. Ella no sabía nada. La trajo al cine, a oscuras, y de repente la sala estaba llena de amigos y familiares. Al terminar la peli, le pidió la mano. Fue precioso", recuerda.

Tanto Juani como Esther, acompañadas de María Salio, de Super8, también recuerdan el fenómeno fan que se desató en Gran Vía por el estreno del último capítulo de Juego de Tronos en este cine. "Fue a las tres de la mañana, y ya desde las diez del día anterior había gente haciendo cola disfrazada con pelucas y dragones. Tres salas llenas. Cada vez que pasaba algo en pantalla, la gente gritaba, aplaudía. Fue divertidísimo", relatan.

No fue la única vez que la Gran Vía se paralizó. También ha pasado con Wismichu, con El Rubius, con conciertos y presentaciones de artistas conocidos. A veces, indican, "hay que cortar la calle porque el cine está lleno por fuera antes de abrir por dentro".

Y es que aquí, hubo un momento en el que cuando llegaba una premiere "de las gordas" incluso llegaba gente con gafas de visión nocturna para impedir filtraciones y grabaciones dentro de las salas. "Eso ya no se ve tanto, hace unos años la piratería estaba más en auge y si se veían cámaras de vídeo en la sala", explica Juani. Otro de los mayores cambios también se ha vivido en la sala de proyección, de los grandes proyecciones y rollos de películas a poder controlar la sesión desde un ordenador y con un solo botón.

REINVENTARSE O MORIR

Desde hace casi un siglo, el Palacio de la Prensa ha sido testigo de los cambios que ha vivido la sociedad madrileña desde su esquina privilegiada en la Gran Vía. También los de la industria, cada vez más dominada por las plataformas digitales.

Mucho antes, hubo un tiempo en que las entradas se vendían con billetes del Ministerio, y había que saberse la sala de memoria para no colocar a dos espectadores en pasillos distintos. Las taquilleras lo recuerdan bien. Igual que recuerdan la época en la que por la mañana se vendía todo y los estrenos eran una auténtica fiesta. "Una vez vendimos 60 kilos de maíz en palomitas en un solo día", cuentan.

El Palacio de la Prensa ha conseguido adaptarse a todo lo que vino después. A las plataformas, al streaming, a la pandemia, al cambio de costumbres. Ha entendido que hoy, para que el público salga de casa, hay que ofrecer algo que no se vea desde el sofá.

Por eso ahora hay proyecciones con músicos en directo, pases de películas acompañadas de espectáculos de mentalismo, conciertos, podcasts, monólogos, sesiones especiales y hasta conferencias. Porque no es solo ver películas, sino vivirlas. "Hemos llegado a proyectar ópera en directo también la gala de los Premios Oscar, con gente que se queda toda la noche aquí", destacan Sánchez y Nieto a Europa Press.

"Nos hemos reinventado porque si no, la gente no se mueve de su casa. Pero lo hacemos sin perder la esencia. Porque esto no es solo un cine. Es un lugar donde pasan cosas. Donde se vive", explica Juani Sánchez.

CON LA VISTA PUESTA EN EL FUTURO

Porque lejos de parecer un templo para eventos multitudinarios, el Palacio también tiene algo de refugio íntimo. "Santiago Segura, Alaska o Masiel han venido mucho", recuerdan, ya que para algunos es "como su cine de barrio".

Y sí, hay muchas cosas que han cambiado. Antes las entradas se cortaban con billetaje del Ministerio. Ahora, se agotan en minutos con un clic. Antes las películas duraban meses en cartelera. Ahora, si parpadeas, te las ves en Netflix. Pero aún hay quien viene, se sienta en la butaca y apaga el mundo durante hora y media.

Ahora el Palacio se prepara para una nueva reforma. No para dejar de ser lo que es, sino para volver a ser lo que soñó ser. Un lugar para ver una película, escuchar un concierto, grabar un podcast o llorar con una buena historia.

Y quizá eso sea lo que lo mantiene vivo tras casi un siglo desde que Madrid miró al cielo. Su capacidad de ser gigante y cercano a la vez. De tener historia sin parecer viejo. De proyectar el futuro sin perder la voz del pasado.

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