Actualizado 10/06/2016 10:22

La Ley de Amnistía como síntoma: ¿Fútbol o Calcio Fiorentino?

La Asamblea Nacional de Venezuela aprueba la Ley de Amnistía
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   MADRID, 11 Abr. (Notimérica) -

Por Carlos Martínez Sánchez*, investigador del Instituto Universitario de Estudios Latinoamericanos (IELAT) de la Universidad de Alcalá (UAH).

   La aprobación de la ley de Amnistía en Venezuela no es sino el reflejo de un conflicto soterrado entre oficialismo y oposición donde ambas partes intentan agrupar a los suyos y negar la legitimidad de sus adversarios políticos. Es un episodio más en la lucha por el poder político en Venezuela que se viene repitiendo desde la llegada del 'chavismo' al poder y que tiene unos rasgos que no aventuran nada positivo para el futuro del país.

   Más allá de los procedimientos, la democracia es un consenso que se da en el interior de una sociedad determinada para poder canalizar las disputas entre proyectos políticos enfrentados. Es un mecanismo que se acuerda para solventar los problemas de tal manera que las discrepancias políticas se salden con votos y no con mamporros.

Proyectos políticos adversariales se miden en un campo de juego reconocido por todos. Quizás utilizar una metáfora del deporte que más pasiones levanta, el fútbol, nos permita comprender Venezuela. En el fútbol, aunque dos equipos deseen vencerse mutuamente aceptan una serie de reglas para que la disputa se dé bajo unos parámetros determinados. No valen patadas y zancadillas, no sólo se trata de marcar o de ganar, se trata de hacerlo respetando las reglas. Es precisamente por este aspecto por lo que el fútbol se llena de belleza, y es en este respeto a las reglas en donde reside también la utilidad de la democracia.

   En el sistema político venezolano existe un marco democrático y unos procedimientos que son válidos y refrendados internacionalmente, pero por debajo de ese marco no hay más que patadas, zancadillas, empujones y fueras de juego. No se trata de vencer al adversario usando unas reglas de juego o atendiendo a los árbitros, más por el contrario, cualquier mecanismo parece válido para vencer, no para convencer.

   Desde la llegada del 'chavismo' al poder en 1999, los grupos dirigentes de la IV República no aceptaron los profundos cambios sociales, políticos y económicos que el bolivarianismo incorporó a Venezuela. La manera de afrontar este proceso de transformación fue una oposición frontal al oficialismo. Esta circunstancia ha hecho que sistemáticamente se desconozcan los resultados electorales desfavorables, que se busque la desestabilización del gobierno o incluso se ha buscado forzar la salida del poder del 'chavismo' con métodos no constitucionales. Ejemplo de esto último son el golpe de estado de 2002 o las protestas de 2014 para hacer renunciar a Maduro que se saldaron con más de 40 personas muertas.

   Por su parte el 'chavismo', pese a haber contado con una amplio sostén en la población durante muchos años, ha hecho escasos esfuerzos por acercar posturas con la oposición. Bien al contrario, la tónica habitual ha sido no reconocer los argumentos de la oposición, despreciarla o insultarla. Esto hacía difícil que los contrarios al oficialismo pudieran sentirse representados en el proyecto de la V República. Las críticas al 'chavismo', carecieran o no de argumentación, fueron denigradas, tildadas de pitiyankis o pro imperialistas, reduciendo el debate a términos identitarios: De un lado los míos, del otro el enemigo.

No había nada de lo que aprender en los argumentos de los adversarios. El empleo del Estado para favorecer clientelas, no hizo sino ahondar más el descontento en los sectores opositores y la imposibilidad de estos de sentirse identificados con la V República.

   Decía Habermas que la democracia debe estar basada en la existencia de una esfera pública virtuosa que permita el debate y el dialogo entre los distintos agentes que componen una sociedad.

   El problema en Venezuela es que ese debate es imposible porque Gobierno y oposición no se reconocen ningún tipo de legitimidad. Ambos tienen proyectos políticos antagónicos que no buscan incorporar a los adversarios, sólo vencerlos. Esto hace que la población se divida en posturas irreconciliables.

   La Ley de Amnistía no es sino un reflejo de esta problemática. Para la oposición, cualquier acto que hayan realizado los suyos es justificable, por eso en el proyecto de ley se incluyen delitos como el tráfico de drogas, la especulación urbanística, o la utilización de artefactos incendiarios. Lejos de ser un proyecto de reconciliación nacional, la ley de amnistía va ahondar la brecha que existe entre oficialistas y opositores. Por poner un ejemplo, es lógico que las personas afectadas por las protestas de 2014, algunos de los cuales tuvieron que enterrar familiares, no quieran la impunidad de los delitos cometidos por personas que participaron en estos sucesos.

   Máxime cuando la ley sólo prevé amnistiar los delitos cometidos por la oposición, así los funcionarios públicos que se excedieron en sus funciones no serán amnistiados. Una ley de amnistía que hubiera querido servir de puente de reconciliación hubiera tenido que contar con todas las partes implicadas. Un reconocimiento, aunque sólo fuera moral, a las víctimas de los delitos amnistiados hubiera servido para tejer la idea de que ese era el fin de la medida. No ha sido así.

   Desde el punto de vista político, tampoco parece una maniobra acertada. El 'chavismo', que actualmente enfrenta una complicada situación económica, se encuentra mucho más cómodo debatiendo sobre la legitimidad de la ley que de los problemas que afronta el país. La corrupción, la violencia, o la profunda inestabilidad económica pueden ser ocultados en un debate sobre la Ley de Amnistía.

   Seguramente el Gobierno venezolano prefiera este escenario que ayuda a agrupar a los suyos frente a la oposición, y no le obliga a explicar el porqué de los desabastecimientos, cuándo van a tomar medidas contra la corrupción estructural que afecta al país o el porqué de las alarmantes tasas de criminalidad.

   Una ley de amnistía más quirúrgica que hubiera buscado la liberación de los presos más controvertidos, como Leopoldo López, seguramente hubiera ayudado más a la oposición. Máxime cuando López cuenta con el respaldo de organizaciones internacionales como Amnistía Internacional que consideran su detención arbitraria y que su condena "no contenía evidencia creíble que sostuviera los cargos en su contra".

   Ante este escenario la disputa que se prevé cada vez más intensa entre el poder Legislativo y el Ejecutivo. El presidente ya ha anunciado que vetará dicha ley, y la oposición no parece dispuesta a dar marcha atrás. Mientras tanto el 29 de marzo, en la ciudad andina de San Cristóbal, dos policías morían atropellados por un autobús en mitad de unas protestas por la subida de los precios del transporte. Un grupo de estudiantes contrarios al oficialismo, robaba 17 autobuses y con uno de ellos embestía a la Policía dejando a dos funcionarios del cuerpo sin vida.

Si este clima continúa y "el todo vale" sigue siendo una herramienta para acabar con los adversarios políticos, la sangre de esos dos policías no será la última que se derrame en Venezuela.

   Todo parece indicar que esa es la dirección que seguirán los acontecimientos en los próximos meses, máxime cuando no hay ningún atisbo de dialogo entre Gobierno y Asamblea. Las normas del calcio fiorentino, donde no hay reglas, parecen imponerse frente a las del fútbol.

   El objetivo es el mismo, meter una pelota en una portería, pero están permitidas las peleas. En el calcio fiorentino suele ganar aquel que tiene más jugadores en pie después de la batalla, cabe preguntarse cuantos muertos habrá que dejar en el terreno de juego para que haya un ganador. Esperemos por el bien de los venezolanos que vuelva la afición por otros deportes, tal vez no será el fútbol, pero tengo entendido que el béisbol también tiene mucha afición en Venezuela, ¿por qué no probar?

*Carlos Martínez Sánchez es licenciado en Historia y posee una maestría en 'América Latina y la Unión Europea: una relación estratégica'. En la actualidad se encuentra realizando un doctorado que lleva como título 'Desafección política y movimientos sociales en las ciudades de Madrid, Barcelona y Guadalajara (2011-2015)' en el IELAT, en la UAH. Además es miembro de la Asociación Visuahl que tiene como fin renovar los lenguajes de divulgación académica dentro de las ciencias sociales incorporando recursos audiovisuales.