CIUDAD DE MÉXICO, 19 Jun. (Notimérica) -
Maximiliano I fue un austriaco sentado en el trono de México porque así lo decidió el emperador de Francia Napoleón III. Pese a sus buenas intenciones y su pretensión de modernizar el país, fue un títere, víctima del momento histórico que le tocó vivir. Abandonado por las potencias europeas a su suerte, siendo presionado por Estados Unidos y los republicanos mexicanos, comenzó su persecución y juicio a muerte. Fue fusilado el 19 de junio de 1867... ¿O no? Ese día murió el emperador, aunque quizá no el hombre. Algunos estudios afirman que continuó viviendo hasta 1936 bajo la identidad de Justo Armas en El Salvador.
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena nació en Viena (Austria), perteneciente a una de las dinastías más antiguas e importantes de Europa, hijo de Francisco Carlos de Austria y cuñado de la emperatriz Sissí. Fue educado conforme correspondía a un futuro rey. Hablaba ocho idiomas, se instruyó en filosofía, historia y derecho, además de llevar un riguroso entrenamiento físico. Sobresalió su gusto por las artes, escribiendo poesía y pintando.
Dentro de su formación militar, en una campaña en Portugal, conoció y se enamoró perdidamente de Amalia de Portugal, princesa de Brasil. Esa fue su primera oportunidad de establecer una monarquía en Iberoamérica. Se comprometieron en 1853 pero Amalia murió ese mismo año debido a la tuberculosis. Este hecho le marcó profundamente, afirmado que la princesa siempre fue el amor de su vida.
Segundo en la línea sucesoria del trono de Austria-Hungría, era necesario buscarle una mujer. Se casó por conveniencia con Carlota Amalia de Bélgica, hija de Leopoldo I, primer rey de los belgas. El matrimonio nunca tuvo hijos. Nombrado Virrey de la región de Lombarda-Véneto, tras perder la Batalla de Solferino se quedó sin tierras que gobernar. Ansiando una corona, buscó apoyos entre las potencias europeas para subir al trono en cualquier lugar.
MÉXICO COMO UNA OPORTUNIDAD
México se independizó en 1821. Durante los últimos años de guerra y los primeros de autonomía mantuvo una relación difícil con la monarquía española. La sucesión de líderes revolucionarios y jefes de gobierno hizo que el Virreinato de Nueva España pasara de un primer imperio a una república federal, de república centralista y una segunda etapa imperial en solo cuatro décadas.
Las políticas intervencionistas de Estados Unidos, bajo la doctrina Monroe de "América para los americanos", impedían la instauración de una monarquía en México. La imposición republicana alentó los movimientos subversivos provocando una Guerra Civil. El país quedó en ruinas, social y económicamente. Con el pretexto del incumplimiento del pago de deuda, España, Francia e Inglaterra intervinieron en contra del gobierno del presidente Benito Juárez. Francia, la única potencia que podía plantar cara a Estados Unidos, aprovechó su Guerra de Secesión (1861-1865) para comenzar el Segundo Imperio Mexicano (1863-1867).
Maximiliano fue el candidato ideal, con un gran nombre pero sin territorio, no puso ningún impedimento para acceder al trono. Gobernó, sin embargo, de una manera justa. Mantuvo la separación entre la Iglesia y el Estado, abolió el trabajo infantil, restringió las horas de trabajo y canceló las deudas de los campesinos. No legisló siguiendo los intereses de Francia, por lo que Napoleón III pronto le retiró su apoyo, dejándole completamente solo.
CAÍDA DEL SEGUNDO IMPERIO MEXICANO
El emperador contaba con la simpatía de una gran parte del pueblo, pero no de muchas de las autoridades. Benito Juárez pidió ayuda a Estados Unidos para echar a Maximiliano I con el fin de instaurar una nueva república. Francia le ofreció protección si regresaba a Austria pero él la rechazó, comprometido con su país de adopción.
Huyendo hacia Querétaro, fue capturado junto a los Generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. Ofreciendo sus espadas en señal de rendición, fueron llevados ante un tribunal militar y juzgados conforme a la ley marcial, sin derecho a defensa ni apelación. Los tres fueron sentenciados a muerte y fusilados la mañana del 19 de junio de 1867. Maximiliano I, dirigiéndose a sus ejecutores, proclamó: "Voy a morir por una causa justa, la de la Independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!".
Su mujer, Carlota Amalia de Bélgica, siempre estuvo a su lado. Ambos mantuvieron relación de afecto cordial. La emperatriz también buscó ayuda, realizando varios viajes a Europa en vano. Aquejada de demencia tras la muerte de su marido, vagó por las calles del Vaticano reclamando una audiencia con el Papa. Según la tradición, ella es la única mujer que ha dormido dentro de la Santa Sede. Murió en 1927 y sus restos se encuentran en la Catedral de Laeken (Bélgica).
El cuerpo del emperador fue embalsamado y enviado a Austria varios meses después. Reposa en la Cripta Imperial vienesa en Austria. Sin embargo, unos recientes y controvertidos estudios afirman que Maximiliano I no murió fusilado, sino que debido a la relación masónica que existía entre él y Juárez, el presidente le perdonó y le otorgó una nueva identidad.
EL MITO DE JUSTO ARMAS
El mito cuenta que el emperador se establecido en El Salvador, bajo el nombre de Justo Armas. Es cierto que por la fecha del asesinato de Maximiliano apareció por el país centroamericano tal hombre. Era culto, con unos modales muy refinados y siempre iba descalzo, ya que se lo había prometido a la virgen después de salvarse de una muerte segura. Rolando Deneke, arquitecto e historiador, afirma haber realizado estudios grafológicos, craneo-faciales y de ADN con resultado positivo.
Justo Armas murió a la edad de 104, mientras que Maximiliano I lo hizo con 34 años. Los estudios de Deneke siguen siendo controvertidos pero esto no le resta importancia a la figura del último emperador mexicano. Maximiliano fue un hombre con aspiraciones de rey, se adaptó y gobernó de forma justa un país que no conocía pero del que pronto se enamoró. Víctima de un convulso momento histórico, se le recuerda como un villano, pero un villano querido.